Es un articulo reproducido por Wayra, que es el órgano informativo del Centro de Documentación de Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú. Año 4, 25 noviembre de 2008.
Desde hace cerca de dos décadas, mujeres indígenas de distintos pueblos, en distintos países de nuestra región, hemos ido tejiendo poco a poco nuetros derroteros, visibilizando las distintas formas de violencia que vivimos cotidianamente, y construyendo propuestas para enfrentarlas en un marco de respeto intercultural.
Sabiendo que los pueblos indígenas hemos desarrollado inapreciables conocimientos en el campo del arte y la tecnología, muchos de los cuales son aportes reconocidos y valorados en el mundo, es justo también ver la necesidad de mejorar conscientemente el sentido de ciertas prácticas tradicionales.
El avance de las mujeres indígenas en lo social, económico y político, es también el avance de los pueblos indígenas en su integridad, y a su vez, el avance de nuestros Estados como sociedades pluriétnicas y plurinacionales.
Si bien históricamente las mujeres indígenas hemos tenido roles vitales en lo productivo, en lo religioso, y particularmente en lo reproductivo, no sólo por el factor biológico, sino por el de la transmisión de la lengua y la cultura a las nuevas generaciones, en lo político ha predominado la invisibilización de nuestros aportes, por lo que en las historias oficiales se habla bastante poco de nosotras. Pero por primera vez, eso está cambiando.
Desde hace cerca de dos décadas, mujeres indígenas de distintos pueblos, en distintos países de nuestra región, hemos ido tejiendo poco a poco nuetros derroteros, visibilizando las distintas formas de violencia que vivimos cotidianamente, y construyendo propuestas para enfrentarlas en un marco de respeto intercultural.
El Enlace Continental de Mujeres Indígenas (de las Tres Américas) y el Foro Internacional de Mujeres Indígenas, son hoy en día, los marcos supranacionales a través de los cuales las organizaciones mixtas y de mujeres indígenas intercambiamos y debatimos agendas comunes para lograr un real avance social y político como mujeres y como indígenas al interior de nuestras sociedades.
Desde 1999, la ONU declaró el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para sensibilizar al mundo sobre la magnitud y las implicancias que tiene para mujeres y hombres, el mantener sistemas de poder basados en la dominación de un género sobre el otro.
Mayormente, esta violencia se oculta o legitima en razón del respeto a tradiciones culturales y religiosas profundamente arraigadas, por ello, es tan difícil de desmontar sistemas asimétricos de relación inter-género que han regido y controlado desde siempre nuestras vidas.
En el caso de las mujeres indígenas estos problemas se acentúan de manera particular, pues somos víctimas de una violencia ejercida tanto desde actores externos a nuestro contexto social, como al interior del mismo.
En América Latina, esta situación es aún mucho más compleja, ya que los espacios y los roles en función de la raza y el género no están claramente definidos; un vasto sector social de población mestiza marcada por prejuicios y estigmas post-coloniales, lacera el abierto reconocimiento y la real valoración de la madre y la abuela indígenas, no sólo en el aspecto formal del deber filial, sino en el más simbólico, de auto-afirmación positiva de lo que somos.
En Sudamérica, las niñas y mujeres indígenas son los sujetos más vulnerables y violentados de la estructura social. A la condición de género, se suma la condición étnico-cultural de subordinación, y la condición económico-social, de pobreza. Tres condiciones que confluyen para arrimarnos a los índices más críticos a la hora de medir el desarrollo humano. Las mayores tasas de analfabetismo, de mortalidad materno-infantil, las condiciones laborales más precarias, la invisibilización política.
En contextos de guerra y conflicto interno, esta precariedad se exacerba: esposos, hijos y hermanos asesinados, violencia sexual que en muchos casos significa hijos no deseados, desplazamientos forzosos, impunidad.
En nuestra región la mayor violencia y la mayor pobreza tienen rostro de mujer indígena. Mujeres Tobas de 40 años que parecen de 60, esperando la muerte por desnutrición y enfermedad en precarios hospitales del Chaco argentino; machis Mapuches llorando la expulsión de sus comunidades para dar paso a represas hidroeléctricas o explotaciones forestales; niñas y mujeres aymara-quechuas de Bolivia, explotadas en semi-exclavitud en talleres textiles de Buenos Aires y Sao Paulo; niñas y mujeres indígenas del Perú explotadas para el turismo sexual en ciudades como Iquitos, Tacna o Lima, niñas y mujeres quechuas asesinadas o violentadas sexualmente durante la guerra interna, que siguen esperando justicia.
En esta hora, mujeres indígenas de la región del Cauca en Colombia, están atrapadas en el fuego cruzado entre las fuerzas de represión del Estado y la guerrilla. Muchas mujeres indígenas han sido y están siendo apresadas, torturadas y asesinadas en contextos de violencia política en los que la lucha por la tierra se transforma en una lucha por la vida para los pueblos indígenas. Actualmente los escenarios más convulsionados están en México (Chiapas, Guerrero, Oaxaca), Colombia (Cauca), y Chile (sur del país).
En esta fecha queremos destacar de manera especial, el rol que está cumpliendo la hermana Aída Quilque en Colombia, quien nos acompañó en el I Foro Internacional de Mujeres Indígenas que organizamos en abril de este año en Lima, y que en estos días vive horas de lucha intensa junto a otras hermanas y hermanos indígenas para demandar ante el gobierno, derechos a la tierra y a la vida.
Esta “minga” por la resistencia comunitaria y por la dignidad de los pueblos, ha sido vinculada a grupos terroristas, por lo que la hermana ha resumido claramente:
“Los indígenas hemos peleado las tierras por muchos años, milenariamente hemos caminado estas tierras, no hemos necesitado financiamiento, hemos sido autosuficientes y esa ha sido la política organizativa de los movimientos sociales indígenas“.
La violencia contra la mujer indígena es estructural, y enfrenta un doble desafío: la reivindicación de género y la reivindicación étnico-cultural. Esto último implica la necesidad de plantear abiertamente con los contrapartes varones, el debate y el diálogo constructivo sobre la necesidad de revisar ciertas tradiciones que afectan la integridad física y moral de niñas y mujeres indígenas.
La violencia contra la mujer indígena es estructural, y enfrenta un doble desafío: la reivindicación de género y la reivindicación étnico-cultural. Esto último implica la necesidad de plantear abiertamente con los contrapartes varones, el debate y el diálogo constructivo sobre la necesidad de revisar ciertas tradiciones que afectan la integridad física y moral de niñas y mujeres indígenas.
Sabiendo que los pueblos indígenas hemos desarrollado inapreciables conocimientos en el campo del arte y la tecnología, muchos de los cuales son aportes reconocidos y valorados en el mundo, es justo también ver la necesidad de mejorar conscientemente el sentido de ciertas prácticas tradicionales.
El avance de las mujeres indígenas en lo social, económico y político, es también el avance de los pueblos indígenas en su integridad, y a su vez, el avance de nuestros Estados como sociedades pluriétnicas y plurinacionales.
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